Sin pisar las rayas


Quien en su vida no ha jugado a no pisar las lineas en la vereda. Creo que todas las personas que conosco, alguna vez lo hizo.

Pues bien, el día de hoy me se me antojo recordar aquel juego  a raíz de un recuerdo pasajero, fugaz por así decirlo. Un juego tan simple pero a la vez tan divertido y emocionando que solo ocurre cuando uno es niño.

En mi caso, solía jugarlo con mi papá cada vez que íbamos al mercado a realizar las compras para el almuerzo.

Cada paso que daba me aproximaba centímetros de estas y sudaba frío para calcular el movimiento correcto y asi evitar perder en aquel juego en el cual me creía amo y señor. 

Él, por su parte, no tenía problemas en pasarlas en cada zancada sin siquiera tocarlas, yo, por otro lado, cada tres pasos tenia la linea bajo la suela de mi zapato y tenía que sujetarme de su brazo y saltar para poder sortearla y no pisarla, ya que si pasaba eso, ya no me compraba mi clásico de mazamorra y arroz con leche que tanto me gustaba. Ese era el tan fabuloso premio, digno de ser comparado, para mi, con la copa del mundo. 

Imaginen la atención que le ponía a cada movimiento para evitar perder y no quedarme con las ganas de tan sabroso postre.

Como les decía, hoy recordé dicho juego y me atreví a jugarlo sin importar lo que piense la gente que estuviera a mi lado, observando como este grandulon saltaba las líneas de una forma cómica para evitar perder en aquel  juego que me trae tantos recuerdos gratos. 

Camine toda la Av. Larco, desde Benavides hasta Larcomar sin pisar ni una sola. Ahora soy todo un experto.

A veces, es mágico recordar aquellos momentos que evocan tanta paz y felicidad. 

En mi caso, hoy, fui el campeón en no pisar la rayita.


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