Misión Cocoroco

Recuerdo como si fuera ayer las incursiones que solía tener a hurtadillas a la habitación de mi abuelita Chela con el fin de  apropiarme, tal cual corsario, de los caramelos "Cocoroco" que tenía en uno de sus cajones.Bolsas enteras que me hacían babear y desearlo sin control.

Todo estaba debidamente analizado. Como estratega militar de alto rango, tenía conocimiento de los momentos en que ella se encontraba en su dormitorio, sabía exactamente la ubicación de mi botín,esto es gracias a la actividad de espionaje que realizaba  con la fachada de buen nieto,ya que solía ir a verla  con la finalidad de inspeccionar mi entorno y hacer mapas mentales para llevar a cabo mi plan perfecto.

Un día, recuerdo bien, ella y los demás integrantes de la familia se encontraban en la sala disfrutando de un almuerzo dominguero, aproveche en actuar y me deslice de la mesa indicando que quería ir al baño a hacer popo, palabra que en aquel momento despertó cierta incomodidad entre todos y me enviaron en un dos por tres a realizar mis necesidades.

Sabía que tenía todo el tiempo del mundo,que nadie podría interferir con mi acto ilícito en dicho momento. Hoy tomaría entre mis manos la gloria materializada en aquellos caramelitos multicolor en forma de peritas.

De puntitas, como el mas experimentado ninja, me acerque con cautela, casi sin respirar, a la habitación de mi abuela que se encontraba en el primer piso. Con mis manos pequeñitas, tomé la manija de la puerta y girandola lentamente, ingrese y me diriji directamente a su cómoda que estaba al lado izquierdo de la puerta, abrí el primer cajón y justo debajo de sus inmensos calzones, encontré mi ambrosía,mi tesoro.

Sin perder el tiempo, atiborre los bolsillos de mi pantalón con una cantidad considerable de ellos, puñado tras puñado, me sentía tan exitado por mi acción que descuide totalmente de guardar silencio y ser sigiloso.

No dude en comer algunos en el acto, bueno, algunos es poco para ser sincero, tenía la boca repleta .Uno tras otro, desfilaban como escolar en fiestas patrias, ante un jurado que en este caso era mi lengua.

Justo en el momento en que me encontraba perdido en mi placer, entro la abuela Chela y me vio con las manos la masa, literalmente, me vio con los cachetes inflados por todos los dulces que tenía y sabía que en ese instante, mi fin había llegado.

Cerró la puerta de golpe, tomó su pantufla rosada y de un derechazo la dirigió hacia mi boca con una agilidad sorprendente, haciendo que escupa en su totalidad todos los caramelos, como máquina tragamonedas que le atino al premio mayor.

Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, pero no decía nada, ya que si hacía sonido alguno, el castigo sería peor y en realidad, así lo fue.

Me tomó del brazo, se sentó al borde de la cama, me recostó boca abajo en sus faldas, me bajó el pantalón y me comenzó a repartir una ráfaga de nalgadas a diestra y siniestra con la palma abierta. Aún puedo sentir mis nalga arder por tremenda tunda.

Mientras lo hacía, me dijo algo que no olvidaré y que ahora me causa mucha gracia : así que te gustan los cocorocos, bueno, te voy a dejar las nalga tan rojas que creerás que es uno.

Luego de tan merecido castigo, regrese con ella a la mesa de la sala con el trasero ardiendo, tanto así que ni podía sentarme. No mencionó ante todos lo que paso, solo atinó a ofrecer a todos un caramelito para cambiar el sabor de la comida.

Mis días de ladrón de caramelos había terminado gracias al dolor que producían mis nalgas rojas color cocoroco.





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